VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa; la libertad humana –la libre elección de la acción personal ante las circunstancias- para elegir el propio camino”
Los antiguos prisioneros suelen decir: <<No nos gusta hablar de nuestras experiencias. Los supervivientes no necesitamos ninguna explicación. Y los demás no comprenderían cómo nos sentíamos en el campo y cómo nos sentimos ahora>>.
El prisionero que perdía la fe en el futuro –en su futuro- estaba condenado.
Quienes conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona –su valor y su esperanza, o la falta de ambos- y la capacidad de su sistema inmunológico comprenderán que la perdida repentina de esperanza puede desencadenar un desenlace mortal. La causa principal de la muerte de mi amigo fue la profunda decepción que le produjo no ser liberado el día previsto. En consecuencia, la resistencia de su organismo y sus defensas se debilitaron, dejándolo a merced de la infección tifoidea latente. Su esperanza y la voluntad de vivir se paralizaron, y su cuerpo sucumbió a la enfermedad. Después de todo, la voz de sus sueños se hizo realidad.
El hombre carece del instinto que guía su conducta, y con frecuencia no sabe cómo comportarse. Por ello, hace lo que otras personas hacen(conformismo) o hace lo que otras personas quieren que haga(totalitarismo).
Cada hombre, incluso en
condiciones trágicas, puede decidir quién quiere ser-espiritual y mentalmente-
y conservar su dignidad humana.
En general lograban sobrevivir solo aquellos prisioneros que, endurecidos tras años de deambular por distintos campos, habían perdido los escrúpulos en su lucha por la supervivencia, y para salvarse recurrían a cualquier medio, honrado o deshonroso, sirviéndose incluso de la fuerza bruta, el robo o la traición a sus amigos. Los escasos afortunados que sobrevivimos, gracias a una concatenación de casualidades o milagros –llámese como se quiera-, estamos convencidos de que los mejores no regresaron.
Los principios morales no mueven al hombre, no lo empujan; más bien tiran de él.
Un hombre contaba solo por su número de prisionero, uno se convertía literalmente en un número: estar vivo o muerto, eso carecía de importancia, porque la vida de un <<número>> era del todo irrelevante. Y todavía importaba menos lo que había detrás de ese número y esa vida: el destino, la historia, el nombre del prisionero.
Sabemos que la imposición de la vida comunitaria, en la que continuamente somos observados en las más triviales acciones del día, produce un deseo irrefrenable de estar solo, al menos unos instantes. El prisionero anhelaba estar consigo mismo a y con sus pensamientos. Añoraba intimidad y soledad.
La experiencia indica que el sufrimiento es parte sustancial de la vida, como el destino y la muerte. Sin ellos, la existencia quedaría incompleta.
De entre los prisioneros, solo unos pocos conservaron esa fortaleza y fueron capaces de aprovechar los atroces sufrimientos para lograr una madurez interior.
Cualquier hombre, a lo largo de su vida, se verá enfrentado a su destino y tendrá la oportunidad de convertir un puro estado de sufrimiento en una hazaña interior.
Un hombre que no vislumbraba el fin de su <<vida provisional>> tampoco podía aspirar a una meta. A diferencia del hombre normal, el prisionero no vivía ya orientado hacia el futuro.
Ese edificio –me dijo un recluso que trabajaba allí- tenía en las puertas, escrita en varios idiomas, la palabra <<baño>>. A cada prisionero se le daba a la entrada una pastilla de jabón después… Gracias a Dios no necesito contar lo que sucedía después (se refiere a la cámara de gas).
Precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido.